De Cienfuegos, algo de historia

Por Mercedes Caro Nodarse
 
 No hacen falta ni verbos, ni sustantivos, ni adjetivos para describir a esta ciudad. Ella por sí misma se muestra a la nación y al mundo. La Madre Naturaleza cumple aquí con todos los encargos divinos: la perfuma de salitres, la refresca con terrales, le borda una túnica con vuelos de gaviotas. La pinta de azul, con la bahía de Jagua, y de verde con el macizo de Guamuhaya. ¿Qué más pudiéramos desear los terrenales que la habitamos?
 Cienfuegos es una ciudad con un halo de magia imperceptible, que seduce, enamora, encanta a todos los que la visitan. Es una urbe de portales y columnas, de torres miradores y cúpulas, de frontones y leones, que como guardianes coronan, custodian y perfilan la imagen citadina, elementos identitarios por excelencia, que junto al extenso patrimonio construido definen un ensamble ordenado y único del conjunto urbano.

  Coqueta y seductora asoma a los ojos de quien la inscribe a diario en la suela de sus zapatos, gastados de tanto transitarla, o de aquel viajero que allende los mares, llega hasta ella para dejar sobre sus calles los sudores de sus andares y ardores  turísticos. Y es que la armonía parece haber sido quien inspiró la construcción de esta ciudad, desde que un agrimensor aventurero trazó las calles bajo una vieja majagua hace casi 200 años.

Las cintas larguísimas de fachadas neoclásicas en su homogeneidad distinguen la antigua Fernandina de Jagua del resto de nuestras ciudades y le confieren un valor arquitectónico único, subestimado a veces por su relativa modernidad.Casas de fachadas estrechas y escondida profundidad de habitaciones y patios forman un conjunto urbano estilísticamente a prueba de eclecticismo. Molduras seudo antiguas, columnas y rejas geométricas, onduladas, sinuosas, vagamente vegetales o de liras insinuadas, parecen sobrevivir ante el influjo industrial de la ciudad cabecera provincial. 
Su Centro Histórico, ubicado en la Península de Majagua, se encuentra conformado por ese mar que lo envuelve por el Norte, Sur y prácticamente por el Oeste, lo que denota una simbiosis permanente de la imagen urbana con el agua, creando así un paisaje que identifica a la ciudad.   

Por su trazado rectilíneo y geométrico, uniformidad constructiva y estilística, deslumbrante tipología arquitectónica, de finales del siglo XIX y principios del XX, está considerado como un caso excepcional del urbanismo cubano de la pasada centuria.De manera armoniosa se entrelazan dos siglos de alto valor constructivo: el pasado, con el patrón neoclásico y el presente, con el código ecléctico. Altos valores monumentales poseen edificaciones puntuales como la Santa Iglesia Catedral, el Colegio San Lorenzo, el Palacio Ferrer, el Casino Español, el Teatro Tomás Terry, la Casa de Gobierno (antiguo Ayuntamiento), los palacios Blanco y Goitizolo, la Casa de los Leones y otros, con sus fachadas que trasmiten orden y equilibrio y sus elementos componentes; los cuales al integrarse lo cualifican, denotando majestuosidad y belleza.  De ahí que desde el 15 de julio del 2005 se inscribiera en la preciada lista de lugares declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad, reconocimiento de alcance universal que premia el esplendor, conservación y singular arquitectura de esa zona, que abarca 70 manzanas, entre ellas, la que sirvió de punto de partida para la fundación de la localidad por colonos franceses el 22 de abril de 1819, la única ciudad cubana, que instauraron representantes de la nación gala. 

Orígenes de la localidad

Jagua significa en lengua aborigen: riqueza, mina, manantial, y según las tradiciones de los primeros pobladores, esta fue la deidad que les enseñó las artes de pesca, la caza y la agricultura. Era también el nombre de un árbol muy abundante en los alrededores de esta bahía.Data pues la historia de este lugar, de la época de los primeros descubrimientos de América. El territorio sureño es conocido desde mucho antes de que se verificara su fundación el 22 de abril de 1819, precisamente por los historiadores y los cronistas de Indias, quienes hacen referencias a que la bahía de Jagua fue visitada en los primeros tiempos de la conquista. Algunos llegaron a expresar que el propio Cristóbal Colón navegó por estas costas en 1494, aún cuando no existen referencias exactas que así lo atestigüen.
Lo cierto es que está documentado que en 1508, los Reyes Católicos ordenaron a Nicolás de Ovando el bojeo a la isla y esta acción recayó en Sebastián de Ocampo, a quien se debe el nombre de dos de los cayos de la bahía: Ocampo, por su nombre y Carenas, adonde tuvo que llegar o carenar para aprovisionarse adecuadamente y continuar el recorrido por el sur de la isla.  El famoso historiador Enrique Edo en uno de sus escritos se refiere acerca de este acontecimiento: “...entré (Ocampo) por un brazo de mar, en un puerto espacioso y bello, situado en una comarca que sus nativos llamaron Jagua”.
A partir de entonces muchos fueron los colonizadores que aluden a las potencialidades del puerto y bahía sureños. Entre ellos, el propio Diego Velázquez, quien en carta al rey de España expone en 1512: “De Manzanillo fui al puerto de Jagua donde ahora estoy. Es puerto muy provechoso para los que vienen de Tierra firme. De aquí mandé cavar la tierra: traxéronme cantidad de real y medio muy menudo, creo será bueno porque así era el primero que se halló en la Asunción. Segunda vez envié  cinco cristianos con algunos  indios, sacaron en un día dos y medio castellanos ... En el puerto de Jagua, a una legua, hay muy buen asiento, ribera del río Arimao casi en medio de la provincia , a cinco o seis leguas de las minas muy sano al parecer ...” .
Dos hechos de gran significación se verificaron en Cienfuegos en este período inicial de colonización: uno de ellos es la orden de fundación de la villas de Trinidad y Sancti Spíritus dada por Diego Velázquez en 1514, precisamente desde este puerto y el otro, se refiere a la postura de Fray Bartolomé de las Casas y Pedro de Rentería respecto a la renuncia de sus respectivas encomiendas de indios, asignadas por el propio Velázquez, en el lugar conocido por “Las Auras”, situado cerca del río Arimao. 
Cienfuegos, ciudad cabecera del territorio tuvo la particularidad de ser la única en Cuba fundada por colonos franceses y de origen francés, al mando del teniente coronel de Infantería Don Juan Luis Lorenzo de Clouet Favrot, natural de Nueva Orleáns y fiel servidor de la corona española en Cuba.
El propósito colonizador de su empresa, amparado por el interés metropolitano de fomentar la población blanca en la isla, debido a las revueltas haitianas de 1817, en realidad se apoyaba en sus excelentes relaciones con casas comerciales de Burdeos. El investigador cienfueguero Orlando García Martínez caracteriza esta migración económica cuando apunta: ... (Burdeos)... puerto fluvial con importantes manufacturas, textiles, refinerías y gran experiencia en el comercio con las colonias. 
La autorización concedida por la metrópoli hispana a Luis de Clouet para introducir en este puerto cuarenta mil barriles de harina sin pagar derecho, en compensación con los cien mil pesos en que fueron valorados sus bienes en Nueva Orleáns, unido al hecho de producir azúcar, tabaco y café, entre otros productos en la zona aledaña a la bahía, resultaban argumentos más que convincentes para interesar a los comerciantes bordeleses. Y van a explicar más tarde por qué el interés del fundador de estimular a los colonos a sembrar algodón y café.
Esta armónica convergencia de intereses individuales y estatales insertó al territorio n un vertiginoso proceso de desarrollo, sustentado inicialmente en la incipiente comercialización de productos provenientes de la ganadería, la cera, la madera y el café a lo que se suman los capitales habanero-matanceros y trinitarios que se volcaron hacia las fértiles tierras de la localidad, destinados a la producción azucarera. Desarrollo traducido en el rápido ascenso de su categoría en la escala territorial: de colonia Fernandina de Jagua el 22 abril de 1819 el status de villa lo alcanza en 1829, y más adelante, 7 de febrero de 1881 le concedieron a Cienfuegos los honores y el título de ciudad.
Como era de esperarse las contiendas independentistas de 1868 y 1895 trajeron consigo cambios en la economía local. El fin de la guerra llegó con la penetración de capitales monopólicos norteamericanos en todas las esferas de la economía nacional. En Cienfuegos este proceso se verifica, aún antes (1883) en la figura del monopolio comercial representado por Edwin F. Atkins, que adquiere el antiguo ingenio “Soledad” a través de diversas transacciones con comerciantes refaccionistas locales, constituyendo esto, el primer sitio, en todo el territorio nacional donde ocurre tal situación.
A Atkins se debe lo que posteriormente sería el actual Jardín Botánico de Cienfuegos;  ya  que  contrató los servicios  de  la Universidad de Harvard, con el propósito de realizar investigaciones con las cuales se mejoraran las variedades de la caña de azúcar de su central. Una de los mayores logros fue la introducción de una interesante variedad de plantas exóticas, palmáceas, jagüeyes y otras de altos valores científicos.
Ya en el período de 1913 y 1914, el territorio tenía tres unidades azucareras en manos norteamericanas, del total de 47 que existían en Cuba. Entre 1914 y 1924 pasaron también a sus manos el Perseverancia, Caracas y otros. En 1926, San Agustín y Soledad. Como propiedad mixta cubano-yanqui, Hormiguero y Parque Alto. Posteriormente la crisis que afectó al país y a la región provocó el traspaso de las propiedades azucareras, muchos de los centrales no pudieron sobrevivir y fueron demolidos. 
Lo antes expuesto evidencia que Cienfuegos era un fiel reflejo de la crisis del modelo neocolonial impuesto por el imperialismo norteamericano, con el apoyo de la oligarquía nacional burguesa, comercial, azucarera y terrateniente, cuyas figuras más visibles en la ciudad portuaria, capital de la región más rica del centro sur del país, eran los miembros de las familias Castaño, Falla Gutiérrez, Cacicedo,  Torriente y Ponvert, por sólo citar algunas.
Por entonces, el investigador norteamericano Roland T. Ely, apunta al respecto: La ciudad en 1954 era un sitio plácido de muy poca actividad económica. Aún los turistas eran escasos —a pesar de ser excelente lugar para dedicarse a la caza y la pesca— al punto de que los pocos hoteles podían alojar más cucarachas que gente en los años 50. Los residentes viejos decían que la “Perla del Sur” había pasado por su cenit hacía una generación por lo menos, y que muchas personas se iban a La Habana, por no tener deseos de permanecer en una comunidad que parecía morir lentamente. 
Eran los tiempos en que Fulgencio Batista y la camarilla que lo acompañó en el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 estaban  empeñados en conjurar la creciente protesta popular, cuya expresión más revolucionaria ha sido el ataque al cuartel Moncada por la Generación del Centenario encabezada por Fidel Castro Ruz.
Por otra parte, su política económica  denominada “desarrollista” indujo algunas inversiones vinculadas al área de la producción energética en Cienfuegos, con la construcción de la termoeléctrica de O’Burke y la hidroeléctrica del salto del Hanabanilla. Obras que se enmarcaron en el empeño por desarrollar el turismo de la cúpula político militar batistiana, aliada a los sectores económicos dependientes de los intereses financieros de Estados Unidos y la mafia de ese país. 
A escala urbana también se materializó la presencia norteamericana en la historia local. Las clases pudientes se fueron alejando del centro histórico para desplazarse hacia barriadas elegantes como Buenavista, Punta Gorda y más tarde Playa Alegre, ya sea en lujosas casas quintas o modernísimos chalets, que van dejando ver la presencia, primero de mansiones eclécticas y más tarde de una arquitectura  novedosa  en  cuanto al uso del hormigón armado, estructuras metálicas y cristalería. 
Para vincular el centro tradicional con los nuevos repartos se construye hacia el sur el malecón, a continuación del Paseo del Prado y hasta la actual avenida 20, con rellenos de la marisma existente en la zona de Revienta Cordeles, lo cual hoy permite una atractiva visual de parte de nuestra bahía y constituye un punto obligado de referencia en el tránsito vial y peatonal.
Muchas funciones públicas hasta ahora desconocidas o poco desarrolladas fueron apreciables también en Cienfuegos. Por ejemplo, el fomento de la actividad bancaria, en la que numerosos capitales son de procedencia norteamericana o de otra nacionalidad inversionista.
La sociedad de consumo inherente al sistema capitalista, también se refleja en la imagen citadina de Cienfuegos. Ejemplos de ello, lo encontramos en las principales calles de la trama urbana del Centro Histórico, donde encontramos comercios que llevan sus nombres originales como Cartoqui, La Universal, La Nueva, La Perla, La Francia Moderna, Eureka, El Gallo, La Casa Mimbre, El Ciclón, La Casa Rusa, La Oriental, El Topacio, y muchas otras. 

El Acta de Fundación reza así:

“Hoy a veinte y dos de abril de mil ochocientos diez y nueve, Yo don Luís De Clouet, Tente. Coronel de los Rs. Extos. Caballero de las Rs. ordens. Militares de Sn. Hermenegildo y de Ysabel la Católica, con comisión especial del Superior Gbno., acuerdo de 8 de Marzo po. po. y ordens. Subsequentes pa. dar principio al establecimto. de la Colonia Fernandina de Xagua. Certifico y declaro haverme posesionado en nombre del Rey Ntro. Sor. (Q.D.G.) de este punto llamado la península de la Majagua, después de haver estado ocho días reconociendo todos sus contornos y asegurándome qe. era el más ventajoso de toda esta Bahía al fin indicado, y en su consecuencia ha tumbado los tres primeros palos y dispuesto que se limpiasen sus contornos y qe. se plantasen ocho tiendas de campaña pa. alojarme y a los Colonos que traje de Burdeos interin se limpie bastante terreno y se fabriquen las primeras casas, todo lo qe. se ha dispuesto y verificado con asistena y en presencia del Cptn. Comante. del Castillo de Xagua Dn. Joaqn. Hourruytiner, Dn. Tomás Calderón de la Barca, Dn. Anto Casales, Dn. Grego Garrido, Dn. Miguel de la Torre y dhos. colonos que me acompañan, lo qe. firman conmigo en el día, mes y año qe. antecede. Luís De Clouet. Joaquín Hourruitiner. Tomás Calderón de la Barca. Migl. José de la Torre. jugo puyol. Guillaceme Rey. Anto Casales. señal de ✝ Grego Garrido”.El militar de origen francés le dio lectura al documento de fundación ante los 46 colonos franceses procedentes de Burdeos y de la colonia francesa de Guárico en Santo Domingo y escasos naturales de otras localidades.
No existen documentos históricos que den a conocer la celebración de alguna ceremonia religiosa o de algún acto oficial con motivo de la fundación; pero según cartas de la época, el jueves 22, muy temprano, don Luís De Clouet vestido con traje de gala y rodeado de colonos con trajes de fiesta y que escuchaban de rodillas, manifestó: que tomaba posesión de aquel lugar en nombre de S. M. el rey de España para fundar el poblado Fernandina de Jagua; que imploraba el auxilio divino para él y para todos los presentes y que todos debían respeto, sumisión y acatamiento al Rey y a él, que por delegación lo representaba, que los allí presente no tenían otra tierra o patria que la Colonia que con aquel acto se fundaba; que todos estaban en la obligación de engrandecerla y enriquecerla y que la FE, el TRABAJO y la UNIÓN serían el lema que todos, por aquel acto, se comprometían a observar y defender. Persignándose rezó el Credo y con una hacha de mar, pronunciando los nombres de Jesús, María y José, dio tres cortes en un arbolito de baría, separando la copa al invocar el nombre de Jesús, un tramo pequeño al pronunciar el de María y otro mayor al proferir el de José, con los cuales formó una cruz amarrándolos. Tomó después un par de palomas, soltó a volar la hembra y sacrificó al macho, separando del cuerpo las alas, que colocadas en la cruz ya formada, sirvieron de divisa en la puerta de la tienda de campaña ocupada por el Fundador. Con vivas al Rey de España, al Gobernador de la Isla, al Intendente Ramírez y a otras autoridades, terminó el acto. Al acabar tan rara como sencilla ceremonia, los colonos se dedicaron a limpiar de malezas y arbustos el terreno en que se hallaban.
Cuando cada colono ocupaba su casa también se hacía una ceremonia, conformaban tres pequeños montones de leña: en el primero se quemaba incienso o café, en el segundo azúcar y en el último un pescado seco, luego se repetía el ritual de las palomas y con el macho muerto, cocinaban una sopa, que constituía el primer alimento al ocupar la vivienda, las ocho tiendas de campaña estaban alrededor de una majagua que estaba en el centro de la sabana, en el punto de intersección de las diagonales de la manzana que está formada actualmente por las calles de San Carlos, Santa Isabel, San Fernando y San Luís;  a partir de ahí, don Félix Bouyón, trazó la primera manzana y los planes de cinco manzanas de norte a sur y cinco de este a oeste, que continuaron creciendo siempre con trazado recto a medida que llegaban sucesivas oleadas de familias francesas residentes en New Orleans, Louisiana, Baltimore y Filadelfia, y a los que no tardaron en sumarse los españoles ya presentes en la zona. 

¿Por qué nos llamamos Cienfuegos? 
  En realidad fue el propio fundador, Don Luis De Clouet quien abogó ante la Corona por tomar el apellido del Capitán General de la Isla de Cuba, Don José Cienfuegos… “que ha sido autor y protector de tan útil establecimiento”, como consignó en su propuesta ante el monarca hispano, para perpetuar su nombre.  Y el Rey, el 20 de mayo de 1829, firma en el Real Sitio de Aranjuez, esa solicitud que concede el título de Villa con el nombre propuesto, y asimismo confirió a De Clouet el cargo de Teniente Gobernador de la Villa, en propiedad, aunque se le coloca como contrapartida simultánea la de la Comisión Regia que atenderá directamente los problemas de la nueva Villa, y el cobro de las rentas reales queda supeditado a la oficina provincial de Puerto Príncipe.  Es que Fernando confía en sus siervos, pero “los controles son los controles” y no se deja esquilmar.
 Don José Cienfuegos, cuyo nombre completo es José María Ignacio González de Cienfuegos y Jovellanos, fue designado el 2 de junio de 1816, Capitán General de la Isla de Cuba, aunque comenzó a ejercer sus funciones exactamente un mes después. Nació en cuna noble, en Gijón, principado de Asturias, España, el primero de febrero de 1763, aunque hay autores que afirman que nació en 1776. Era hijo de Baltasar González de Cienfuegos, quinto Conde de Marcel de Peñalba, y de Betina Jovellanos, hermana del insigne intelectual español Gaspar Melchor de Jovellanos.  José ingresó muy joven en la vida militar y a lo largo de su carrera participó en guerras importantes contra los ejércitos inglés y francés.  Entre las batallas memorables en que estuvo, se cuentan el cerco de Gibraltar y el enfrentamiento contra la Armada del Almirante Nelson en la bahía de Cádiz.
 Terminada la campaña bélica contra los franceses, José Cienfuegos es nombrado miembro del Consejo Supremo de Guerra, y el 2 de junio de 1816 recibe la responsabilidad de gobernar la “siempre fiel Isla de Cuba”. Durante su gobierno eliminó el llamado Estanco del Tabaco y declaró puertos libres.  Fomentó la agricultura y firmó la abolición de la Trata negrera. 
 Basándose en la Orden Real de “blanquear” la población cubana, acogió la propuesta de De Clouet de fundar una colonia en la bahía de Jagua, y conocedor de los buenos negocios que ello proporcionaría, aportó dinero de su peculio personal al proyecto.  El Protector falleció en Madrid en 1825, quebrantada su salud por el clima del Trópico, por tanto no solo no conoció la villa, porque nunca la visitó, sino que tampoco pudo leer su apellido en el mapa cubano.
 Pero, ¿cuál es la raíz de su apellido, su génesis? ¿De dónde surge ese Cienfuegos, resonancia de fulgores que despierta al mencionarlo? El apellido es oriundo de los consejos asturianos de allende, Cangas del Narcea, Oviedo y Gozone, el cual pasó a otras regiones ibéricas. 
 Su origen está ligado a la leyenda conocida como “De los cien paladines”.  Cuentan que García González de Quirós era jefe de cien paladines cristianos.  (Paladines eran llamados los caballeros valerosos notables por sus hazañas, defensores denodados de causas justas). Recibió la orden de desalojar una noche a un campamento moro de 10,000 efectivos.  Ordenó entonces a sus hombres que encendieran teas y se lanzaran monte abajo corriendo sobre el enemigo, e inmediatamente las apagaran en la base de la colina, subieran con las teas apagadas, las encendieran de nuevo en la cima y volvieran a lanzarse cuesta abajo, repitiendo esta operación numerosas veces. 
 De esta manera crearon la ilusión de ser una fuerza muy nutrida, un gran ejército el que los atacaba.  Los moros cayeron en la trampa y abandonaron el campamento y la posición, de manera desordenada.  En pago a esos servicios, el Rey le otorgó la gracia a García González de Quirós, del derecho de usar escudo de armas, compuesto por cien fuegos en campo sangriento. Así nació el apellido, y de esa forma también llegó a nosotros como toponímico. 

__________________________________________________________________________

Símbolos locales

La Bandera de Cienfuegos 

Fue diseñada, pintada y bordada por la primera poetisa nacida en Cienfuegos, Clotilde del Carmen Rodríguez López, para su amigo Germán Barrios Howard, cuando los cienfuegueros secundaron la guerra de Yara en febrero de 1868.
Está formada por tres franjas verticales, azul la primera de ellas, blanca la segunda y roja la tercera, como las de la bandera francesa, recordando el origen galo de Fernandina de Jagua.
Pero, sobre este fondo tricolor, tiene algunos símbolos que las diferencian: en la franja azul, una cruz equilátera blanca que recuerda la religión cristiana; en la blanca, el escudo local y en la derecha aparecen tres triángulos rojos con una estrella blanca en el centro, disimulados por dos blancos que los flanquean.

El escudo de Cienfuegos

Es cuadrilongo y está dividido en dos cuarteles. En el superior, sobre el campo azul, aparece el frente dorado de la fortaleza “Castillo Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua”, y en el inferior, sobre el campo de plata, una jagua en producción; lo rematan una corona mural de cinco castillos y dos ramos laterales de laurel.Este símbolo fue diseñado por Don Agustín de Santa Cruz en 1831, y fue adoptado por nuestro Ayuntamiento el 4 de julio de 1848 al serle concedido a la Villa de Cienfuegos el derecho a usar escudo de armas por la Real Orden de Isabel II del 2 de abril anterior. Su lema: Fides, Labor et Unio, Fe, Trabajo y Unión fue adoptado por los fundadores en la mañana del 22 de abril de 1819.

El Himno de Cienfuegos
El himno de Cienfuegos fue compuesto por el músico español José Mauri con motivo del primer centenario de la fundación de la ciudad en 1819.Este himno lo interpretó por primera vez la Banda Municipal de Cienfuegos en la noche del 19 de abril de 1919, en la velada del Teatro Tomás Terry, donde fue cantado después por el Orfeón anexo a la Sección de Filarmónica de la Asociación de Dependientes y al terminarse el acto volvió a cantarlo en el Parque ante el Monumento de Martí y después se interpretó en cada uno de los eventos que se efectuaron durante aquellos festejos.

En tu escudo, Cienfuegos, aún brillan
las palabras de austera virtud 
con que el prócer de Jagua ha mimbrado
tu blasón y tu historia de luz.

Gloria a ti, la ciudad laboriosa,
y a tus campos amados del sol! …
Pueblo grande de Dios bendecido
por tu fe, trabajo y unión.

Recios nautas a Cuba trajeron,
con la espada y la cruz nueva luz,       
y con solo su unión consiguieron 
imponernos la espada y la cruz! …

Almas libres de América, ardiendo
en afanes de liberación,  
empapando de sangre la tierra,
libres fueron con solo su unión.         

Libres ya, y olvidando el agravio
procurando el patriótico bien,   
rompió el suelo y echó la simiente
en el surco el jagüero doquier …
                               (se repite el coro)
                                                                                              
Hace un siglo! … Tendida en la costa
cual sultana del mar, tu perfil
fue adquiriendo contornos de grande;
tu grandeza fue tu único fin … 
                                                                               
Por tu fe, ya la patria te aclama;      
por tu unión, eres voz en la fama;  
y tu rudo trabajo, reclama ;      
en tu escudo tu lema de luz.     
                                                                             
Y así, noble, ubérrima y libre,     
siempre ansiosa de paz y de amor,   
por la clara visión de sus hombres,    
es Cienfuegos la amada del sol.   
                                (se repite el coro)

La Jagua, el árbol local
De acuerdo con las tradiciones de los indios de Jagua, ésta fue la deidad que les enseñó las artes de la pesca, la caza y la agricultura, y su nombre, según el historia Don Pablo L. Rousseau, significaba para aquellos, principio, fuente, origen o riqueza.Según la mitología aborigen, Jagua era la hija de Maroya, Luna, y de su unión con Caunao, hijo segundo de Hamao y Guanaroca, nacieron todas las mujeres, mientras que estos últimos procrearon a todos los hombres. Esos hombres y mujeres dieron lugar a la formación de los pobladores de Jagua.
Jagua era también el nombre aborigen de la región cienfueguera, y lo es el de un árbol indígena muy abundante siglos atrás, pero escaso hoy debido a las desmedidas deforestaciones. De un montón de sus frutos maduros acariciados por un rayo de luz lunar, surgió Jagua, según el mito aborigen. En el escudo de Cienfuegos, también incorporado a la faja central de nuestra bandera, aparece representada una Jagua en producción. 

La Marilope, flor local
Esta flor silvestre de un brillante amarillo de azufre en sus cinco pétalos, se yergue sobre las bellas ramas de hojas lanceoladas y aceradas color verde oscuro. Se abre a media mañana y se cierra por la tarde hasta el día siguiente. Su carácter de flor representativa de Cienfuegos, más que un hecho real se basa en razones legendarias. Un español de apellido Lope, cuyo nombre se ignora, se estableció hacia 1572 cerca del actual Club Cienfuegos.Lope se unió a una india y tuvo con ella una niña bellísima, la cual a medida que fue creciendo, se convirtió en la mujer más hermosa y codiciada por los hombres de Jagua.
Llegó un día la nave del pirata Jean "El Temerario" y a poco de su desembarco, vio junto al mar a Mari-Lope. Verla y prenderse de ella fue una sola cosa, y acercándose decidido le brindó su amor. Ella lo rechazó con firmeza, pero el pirata, voluntarioso, juró hacerla suya a cualquier precio.
Una tarde en que la vio paseando sola por la rivera del mar, se le presentó de improviso y le declaró de nuevo su amor. Nuevamente rechazado, frenético de rabia y de pasión, intentó llevársela a su barco; pero ella logró soltarse y correr a su bohío.
Cerca ya de éste, un grupo de piratas se le interpuso. Jean se acercó a ella y cuando ya casi la alcanzaba, brotó entre ambos una muralla de agudas espinas. El le disparó con su pistola fuera de sí y Mari-Lope se desplomó mientras una paloma blanca ascendió hasta perderse en las nubes. Brilló entonces un relámpago, y Jean y sus secuaces se desplomaron sin sentido. Al recuperarse éstos, vieron llenos de espanto, como ardía el cuerpo de su jefe, cual una antorcha humana.
Donde cayó muerta Mari-Lope brotó súbitamente una hermosa planta, cubierta de flores de un intenso color amarillo, como las que hoy nos recuerdan el nombre de aquella mestiza que prefirió morir a entregarse a quien no la merecía.

_________________________________________________________________________

Leyendas cienfuegueras

Para comprender el alma de los pueblos, es tan necesaria la investigación de hechos y acontecimientos, instituciones y monumentos, como el estudio de sus mitos, leyendas, tradiciones, consejas, cantos populares, etc. En ellos está la infancia del pueblo, su poesía primitiva, la fuente de su sensibilidad, el origen de sus creencias y el germen de sus futuras aspiraciones.
Este servicio contiene leyendas y tradiciones de Cienfuegos recopiladas y publicadas en 1919 por los investigadores Pedro Modesto y Adrián del Valle. Pertenecen a tres épocas distintas. La de los siboneyes de Jagua en la época pre-colombina. Algunas de ellas se basan en la mitología india, sumamente original, no exenta de poesía, y que, como todas las mitologías, supone un gran esfuerzo intelectual de los hombres primitivos en su afán de explicarse el misterio de la vida, todavía no resuelto por los civilizados con toda su gran ciencia y profunda filosofía.
Asimismo encontrarán las tradiciones que tienen por épocas la del descubrimiento y colonización de Cuba, y por último, las del período más cercano a la fundación y primeros años de Fernandina de Jagua, transformada hoy en la moderna y progresiva ciudad de Cienfuegos.

Leyenda de Azurina


Se cuenta en la leyenda “Azurina” que un temerario y feroz pirata, en el día que se perdió en el calendario, arribó a Jagua y confió al bueno de José Díaz el cuidado de una bella mujer que, sin dudas, había perdido el juicio. La vieja crónica refiere lo siguiente: a Estrella - que era el nombre de la mujer- nada le interesaba, permanecía muda con la mirada vaga.   De vez en cuando, sus ojos adquirían una dolorosa expresión  y pronunciaba algunas incoherentes  palabras. Después caía postrada con leves temblores en todo el cuerpo.
¿Quién era aquella mujer? ¿Cuál era su pasado? Imposible saberlo. Ella nada podía decir, y el pirata nada dejaba entrever. José Díaz tenía esperanzas de que Estrella le dijera la verdad, por eso comenzó a prodigarle cuidados y atenciones. Te baste saber le dijo el pirata, que me intereso por ella, y sobre todo, por el niño que lleva en sus entrañas. Cuídala bien,  y cuando sea madre, sírvele de padre al hijo, el pirata le advirtió a José Díaz que estaba bien recompensado con el oro y  joyas que le había dejado. Transcurrió el tiempo y   Estrella mejoró su salud pero no recobró el juicio; ella murió en el parto dejando una niña y el secreto de su vida anterior. José Díaz quiso como suya a la preciosa niña que había nacido y le puso por nombre Azurina, que  quedó para  siempre en la memoria de los cienfuegueros.

Leyenda de Guanaroca

Al sudeste de la hermosa bahía de Cienfuegos, se extiende una laguna salobre, en la que derrama parte de sus aguas el río Arimao.Es la Laguna de Guanaroca, en cuya tersa superficie se refleja la pálida luna, la dulce Maroya de los Siboneyes, productora del rocío y benéfica protectora del amor. Según la leyenda siboney, la laguna de Guanaroca es la verdadera representación de la luna en la tierra.
En los tiempos más remotos, Huión, el sol, abandonaba periódicamente la caverna donde se guarecía para elevarse en el cielo y alumbrar a Ocon, la tierra, pródiga y feraz, pero huérfana todavía del humano ser. Decidió entonces Huión crear al hombre para que hubiere quien le admirara y adorase, esperando todos los días su salida, y viese en él al poderoso señor del calor, la luz y la vida.
Al mágico conjuro de Huión, surgió Hamao, el primer hombre, y ya tenía el astro rey quien lo adorara, quien le saludara todas las mañanas con respetuosa alegría desde los alegres valles y altas montañas. Esto le bastaba a Huión y no se preocupó más de Hamao, a quien el gran amor que por su creador sentía, no bastaba a llenarle el corazón. Veíase solo en medio de una naturaleza espléndida, dotada de una vegetación exuberante, poblada de seres que se juntaban para amarse; por lo que en medio de la universal manifestación de vida y amor, sentía Hamao languidecer su espíritu y le afligía la inutilidad de su vida solitaria.
La sensible y dulce Maroya, la luna, se compadeció de Hamao y para dulcificar su existencia le dio una compañera, creando a Guanaroca, que fue la primera mujer.
Grande fue la alegría del primer hombre, los dos se amaron con frenesí, con inacabable pasión, sin saber todavía lo que era el hastío. De su unión nació Imao, su primer hijo.
Guanaroca madre al fin, puso en el hijo todo su cariño, y el padre celoso, creyéndose preterido, concibió la criminal idea de arrebatárselo.
Una noche, aprovechando el sueño de Guanaroca, cogió Hamao al tierno infante y se lo llevó al monte. El calor excesivo y la falta de alimento produjeron la muerte de la débil criatura. Entonces el padre, para ocultar su delito, tomó un gran güiro, hizo en él un agujero y metió dentro el frío cuerpo del infante, colgando después el güiro de la rama de un árbol.
Notando Guanaroca al despertar, la ausencia del esposo y del hijo, salió presurosa en su busca. Vagó ansiosa por el bosque, llamando en vano a los seres queridos, y ya rendida por el cansancio iba a caer al suelo, cuando el grito estridente de un pájaro negro, probablemente un judío, le hizo levantar la cabeza, fijándose entonces en el güiro que colgaba en la rama de un árbol. Guiada por un extraño presentimiento observó que estaba perforado y con espanto creyó ver en su interior el cadáver del hijo adorado.
Fue tan grande el dolor y tan intensa la emoción, que se sintió desfallecer y el güiro se escapó de sus manos, cayendo al suelo. Al romperse vio con estupor que del güiro salían peces, tortugas de distintos tamaños y gran cantidad de líquido, desparramándose todo colina abajo. Acaeció entonces el mayor portento que Guanaroca viera, los peces formaron los ríos que bañan el territorio de Jagua, la mayor de las tortugas se convirtió en la península de Majagua y las demás, por orden de tamaño, en el resto de los cayos. Las lágrimas ardientes y salobres de la madre infeliz que lloraba sin consuelo la muerte del hijo amado, formaron la laguna y laberinto que lleva su nombre: Guanaroca.

Leyenda de Aycayía
Aycayía fue la única bailadora de la corte del cacique que se salvó del naufragio de la piragua. Era la más hermosa de las mujeres de la corte, la que bailaba con más arte y cantaba con más dulzura, por esa razón continuaba perturbando el orden, alejando a los hombres del trabajo y de sus obligaciones como guerreros.
El cacique se reunió de nuevo con los behiques y los ancianos y acordaron consultar por segunda vez al Cemí, quien les dijo: Aycayía, es la encarnación del pecado, con sus bailes y sus cantos proporciona a los hombres el placer, pero los hace sus esclavos y les roba su voluntad. Y su fuerza diabólica está en que satisfaciendo a todos no se entrega a ninguno. Virgen es y morirá virgen. Si quieren vivir tranquilos échenla de vuestra tribu.
Siguieron el consejo del Cemí y desterraron a Aycayía a vivir en un lugar apartado y solitario en compañía de una anciana llamada Guanayoa en lo que hoy se conoce como Punta Majagua.
Los hombres, sin embargo, siguieron visitando a Aycayía y llevándole flores, conchas y laminillas de oro, las indias de Jagua se veían abandonadas por sus hombres, entonces acudieron al Behíque principal y a los ancianos, quienes a su vez consultaron al Cemí de la diosa Jagua por tercera vez.
El Cemí les dijo: “Estas semillas que les entrego son un amuleto contra la infidelidad. Entréguenselas a las mujeres para que las siembren en sus jardines y huertos. Cuando ellas florezcan desaparecerán sus inquietudes y recuperarán el amor de sus novios y esposos”.
Las mujeres plantaron aquellas semillas con solícito cuidado y de ellas nació un árbol llamado Majagua, que en lengua siboney significa Madre de Jagua. Sus flores y su madera son consideradas desde entonces como amuletos contra la infidelidad conyugal.
Crecieron las majaguas y sobrevino un fuerte huracán que arrasó la barbacoa (casa construida en pilares sobre el agua) en que vivían Aycayía y su anciana acompañante Guanayoa, quienes fueron arrastradas por el viento y las aguas al mar. La vieja Guanayoa se convirtió en una tortuga y la bella Aycayía fue transformada en una hermosa sirena, que desde entonces vaga por la bahía de Jagua sonando un enorme y nacarado cobo (caracol), purgando el pecado de haber sido bella, seductora y virgen.
Desaparecida Aycayía, cesó la tormenta y la vida volvió a la normalidad entre los habitantes de Jagua. Los hombres volvieron a trabajar y pronto los campos produjeron viandas y frutas variadas, los bosques aves, los ríos y el mar peces. La población se sentía segura pues los hombres estaban listos a repeler cualquier agresión de las tribus vecinas, el cacique, los behiques y los ancianos estaban contentos, pues veían en ese cambio la mano protectora del Cemí, así las mujeres volvieron a atender sus hogares y a realizar las faenas diarias.
Periódicamente se celebraban AREITOS (fiestas) para conmemorar hechos notables con los mejores músicos y también batos, un juego de pelota hecha de resina, que era golpeada con las manos y los pies.
                             
Leyenda de “Mari Lope”
Lope era otro español que residía Tureira, se unió hacia 1528 a una india y tuvo con ella una niña bellísima, la que llamaron Mari, una tierna y hermosa mestiza de español e india, que heredara del padre las facciones caucásicas y de la madre el tinto dorado de la piel, la negrura del pelo y de los ojos, la mirada ingenua y el natural sencillo. Era de genio vivo y alegre, hacendosa, enamorada de las flores y apasionada al canto. Con el mismo cariño con que cultivaba sus silvestres flores, cuidaba de las palomas y pájaros con gran mimo.
Nadie como ella cantaba con más unción, los areitos religiosos, ni con más ardor los cantos guerreros, ni con más dulzura las historias amorosas de siboneyes y piratas. A todos sonreía con ingenua pureza, a ninguno despreciaba por baja que fuera su condición, pero a nadie mostraba predilección especial, como no fuera a los que le dieron el ser. Educada por un padre profundamente piadoso, había germinado en ella y florecido lozano el místico amor por lo divino.
Su espíritu iluminado se recreaba en las cosas y figuras celestiales; su alma flotaba siempre entre las nubes y reflejos de la gloria y su más ardiente aspiración era ir al eterno Paraíso Celestial ofrecido por Cristo. Tal era Mari-Lope, la tierna y hermosa doncella. De más está decir que la admiraban y requerían de amores todos los jóvenes siboneyes de la comarca, de los que siempre había rondando alguno por las cercanías del bohío de Mari-Lope. Ella, casta y pura, consagrada a sus flores y aladas  avecillas repartía los tesoros de su amor entre los que le habían dado el ser y Dios.
Mari fue creciendo y se convirtió en la mujer más hermosa y codiciada por los hombres de Jagua en aquel entonces. Llegó un día la nave del pirata Jean "El Temerario" pirata feroz, de mala entraña y peores instintos, joven todavía y de arrogante figura. Desfiguraban su rostro atezado, la dureza de la mirada y enorme cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda a poco de su desembarco, vio junto al mar a Mari Lope, verla y prendarse de ella fue una sola cosa, y acercándose decidido le brindó su amor. Ella lo rechazó con firmeza, pero el pirata, voluntarioso, juró hacerla suya a cualquier precio.
Una tarde en que la vio paseando sola por la playa, se le presentó de improviso y le declaró de nuevo su amor, he prometido no ser de ningún hombre; pertenezco a Dios. Jean era a su modo creyente, pero en aquel momento sintió el aguijón de los celos del Ser Supremo que le disputaba el amor de la mujer que él adoraba. Mari -arguyó- el amor a Dios no puede impedirte que me correspondas. Es inútil, no insistas.  No te amo. Puedo ser tu amiga, no tu amante.
- Soy rico y valiente, señor de estos mares, que surco con mi bajel sin temor a nadie. Poseo inmensos tesoros y libre soy de apoderarme de cuantas riquezas estén a mi alcance. Ven conmigo; serás reina y señora, mis marineros tus vasallos, conquistaré para ti una isla, tendrás ricos trajes de seda y brocados, las más costosas joyas, esclavos dispuestos siempre a servirte y a satisfacer el menor de tus caprichos.
Mari Lope movió negativamente la cabeza y se limitó a responder. Guarda para ti las riquezas que me ofreces: no las necesito. No puedo ser tuya, porque soy de Dios. Frenético de pasión y exacerbado por la negativa, Jean se acerca a Mari e intenta abrazarla. Logra ella, con esfuerzo sobrehumano, desprenderse de los hercúleos brazos que la enlazan y correr a su bohío. Cerca ya de éste, un grupo de piratas se le interpuso, Jean se acercó a ella y cuando ya casi la alcanzaba, brotó entre ambos una muralla de agudas espinas. Él, fuera de sí, le disparó con su pistola y Mari Lope se desplomó mientras una paloma blanca ascendió hasta perderse en las nubes.
Brilló entonces un relámpago y Jean y sus secuaces se desplomaron sin sentido. Al recuperarse, éstos vieron llenos de espanto, como ardía el cuerpo de su jefe, cual una antorcha humana. Donde cayó muerta Mari Lope brotó súbitamente una hermosa planta, cubierta de flores de intenso color amarillo  azufre, conocida hoy con el nombre de Marilope flor típica de la región sureña, donde nace silvestre en terrenos pedregosos y secos, recordándonos el nombre de aquella  mestiza que prefirió morir a entregarse a quien no la merecía.
La fantasía popular, siempre poética y creadora, representa a Mari vistiendo larga túnica amarilla, con una tosca cruz de madera al pecho, y tocada de largo y flotante cendal, coronada de flores de cují, llevando en la mano una cesta llena de las flores que llevan su nombre: Mari-Lope.
Así termina la leyenda-tradición. Lector curioso y amante de las glorias de Cienfuegos, si alguna vez sientes el peso de la vida y tu espíritu flaquea, dirígete a las salobres orillas de Tureira y fija tu mirada en la modesta flor de Mari-Lope. Es recuerdo que debe su origen legendario a la pura y candorosa doncella que llevó su nombre, si la senda del deber se te hace espinosa, si las púas de la vida rompen tu corazón, si tu alma gime amargada por las hieles de la vida, si el presente es sombrío y el porvenir te aterra, recuerda con amor que una débil doncella te dio ejemplo de heroísmo y que supo morir, pero no ceder ante la fuerza bruta que la perseguía; saluda respetuoso y besa con cariño a la flor modesta a la que nuestros antepasados dieron el nombre de Mari-Lope en recuerdo de la heroína que ofrendó a Dios amores y vida.

Leyenda de Caonao y Jagua
Caonao, cacique de los hombres y dueño de las tierras y de los ríos creció al cuidado de sus padres y se hizo un hombre; pero una profunda tristeza y melancolía le embargaban. Un día mirando a dos pajarillos arrullarse comprendió el motivo de su pena: estaba solo en Ocón (la tierra), sin una compañera a quien contar sus penas, sus alegrías, sus esperanzas y sus ilusiones; sólo existía en la tierra una mujer, y esa era su madre.
Vagando por el bosque para distraer su soledad, encontró un árbol con flores blancas y de cuyas ramas pendían unos frutos grandes, ovalados y de color pardo que al madurar caían al suelo, esparciendo al deshacerse unas pequeñas semillas. Caonao sintió el irresistible deseo de probar aquel fruto y tanto le gustó que llenó con ellos un catauro (cesta en lenguaje siboney).
 Un inesperado rayo de luz lunar enviado por Maroya, hirió a los frutos contenidos en la cesta, haciendo brotar de ellos un ser maravilloso pero distinto: una mujer joven, hermosa, risueña, de piel aterciopelada, labios rojos y negra cabellera, su nombre, Jagua, que en lengua siboney significa principio, origen, mina, manantial, fuente y riqueza. Y con ese mismo nombre, Jagua, designó él al árbol de cuyos frutos había salido la bella mujer. Caonao la contempló con éxtasis y la amó desde el primer momento; la melancolía y la tristeza desaparecieron inmediatamente de su corazón, ya no estaría sólo en el mundo; ya tenía para compartir su vida una compañera que la enviaba Maroya, la luna, la diosa de la noche. Fue Jagua, la esposa de Caonao, quien enseñó a los pacíficos siboneyes el cultivo de los campos; el canto, el baile, la manera de curar las enfermedades, la alfarería y las artes de la pesca y de la caza.
Según la leyenda siboney, de Hamao y Guanaroca, padres de Caonao, descienden todos los seres que pueblan Ocón, la tierra. Y así fue la génesis.

Leyenda de Maroya
 
La india Maroya bajaba al monte (bosque) todas las noches desde la luna para bañarse en las aguas del río Hanabanilla, que corre entre las lomas del Guamuhaya (verdadero nombre geográfico del llamado Escambray).
En cierta ocasión Arimao, joven y apuesto guerrero, la descubrió casualmente en su baño nocturno, y se quedó admirado de su belleza; sobre todo de su larga cabellera, que le corría por la espalda hasta perderse a lo lejos flotando sobre las aguas del río.
Desde ese momento, el joven quedó hechizado por aquel encanto de mujer. No había dudas: estaba enamorado. Por eso juró luchar con todas sus fuerzas por alcanzar el amor de Maroya. Noche tras noche la vigilaba oculto desde un montecito en la ribera del río; pero la joven, al más leve ruido, escapaba al cielo en un rayo de luna.
Sin embargo, en una de esas ocasiones en que el guerrero se aproximaba para contemplarla, no pudo soportar más sus deseos, y como un loco se abalanzó sobre ella, y esta vez la joven no pudo escapar. Ya en sus brazos, Maroya, muy asustada, le dijo: ¿Quién eres, hombre malo o bueno?, y él, sin soltarla ni por un instante, le respondió:
 -Soy Arimao, jefe guerrero de esta región. No me hagas daño, por favor; le respondió ella en tono suplicante. Daño no te haré. Sólo quiero que me ames como yo te amo a ti.
Y cuando la india hizo ademán de escapar, Arimao la apretó con mucha más fuerza contra su pecho. Así, ambos comenzaron a subir al cielo, envueltos en un rayo de luna. Pero en el ascenso, la india se fue despojando de su pelo.
 Aquella inmensa cabellera, cuya punta llegaba al nacimiento mismo del río, quedó serpenteando entre las montañas, y se precipitó en una impresionante cascada que desde entonces todos llamaron “Salto del Hanabanilla”(1).

(1) El Salto del Hanabanilla fue una hermosísima cascada, orgullo de Cuba, actualmente desaparecido, pues el río se represó curso arriba para construir en la década de 1950 una hidroeléctrica.

Leyenda la Dama de Azul
En los primeros años de construida la fortaleza “Castillo de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua”, a horas avanzadas de la noche, un ave rara, desconocida y venida de ignotas tierras después de volar sobre la región se dirigía a la fortaleza y describía sobre ella grandes espirales, a la vez que lanzaba agudos graznidos.
Como si respondiera a un llamamiento de la misteriosa ave, salía de la capilla de la fortaleza, mejor dicho, se desprendía de las paredes, filtrándose a través de ellas, un ave fantasma que se convertía en una sombra de mujer, alta, elegante, vestida de brocado azul, guarnecido de brillantes, perlas y esmeraldas y cubierta por un velo sutil, transparente que flotaba en el aire, y después de pasear por los muros y almenas del castillo, desaparecía súbitamente, como si se disolviera en el espacio.
La fantástica visión se repetía varias noches produciendo el temor entre los soldados que guarnecían la fortaleza; aquellos curtidos hombres no se atrevían a enfrentarse con la misteriosa aparición, y por temor a ella, llegaron a resistirse a cubrir de noche las guardias que les correspondían.
Un joven alférez, recién llegado, arrogante y decidido, que no creía en fantasmas y apariciones de ultratumba, se rió de buena gana del temor de los soldados y para probarles lo infundado que era, se dispuso una noche a sustituir al centinela.
Hermosa era la noche y brillaban las estrellas y la luna en el firmamento. El mar en calma susurraba dulcemente la eterna canción de las olas. De la tierra dormida ni el más leve ruido surgía.
El ambiente era de paz y de recogimiento; el alférez pensaba en su mujer ausente en lejanas tierras. De pronto oyó un penetrante graznido  y gran batir de alas, en el preciso momento que el reloj del castillo daba la primera campanada de las doce, levantó el alférez la cabeza y vio la extraña ave, describiendo grandes círculos sobre la fortaleza, y de las paredes de la capilla vio surgir y avanzar hacia él, a la misteriosa aparición que los soldados llamaban “La Dama de Azul”.
El alférez dominó sus nervios y fue decidido al encuentro del fantasma. ¿Qué pasó entre “La Dama de Azul “ y el alférez? Nunca se supo, pues a la mañana siguiente de aquella noche fatal los soldados hallaron a su alférez, tendido en el suelo y sin conocimiento, y al lado una calavera, un rico manto azul y la espada partida en dos pedazos.
El joven se recobró de su letargo, pero perdida la razón tuvo que ser recluido en un manicomio.
Y aun hay  vecinos  que afirman que “La Dama de Azul” de vez en cuando hace paseos nocturnos sobre los muros de la fortaleza.

Leyenda de Las Mulatas
Cuenta la leyenda, que la excesiva afición de los siboneyes al baile y al juego de BATOS (un arte del actual base ball o pelota) habían relajado completamente sus costumbres, ya no se ocupaban de labrar la tierra ni de sembrar, por lo que sobrevino una gran hambruna por la falta del maíz, la yuca (mandioca), la malanga, el boniato y demás viandas. El viejo cacique de Jagua, deseoso de poner remedio al mal, reunió al Consejo formado por los BEHIQUES (hechiceros) y los ancianos y después de analizar la situación acordaron consultar al CEMÍ (ídolo), quien manifestó que la causa de tantos males era la belleza de las mujeres que formaban la corte del cacique y sus seductores cantos y bailes.
Reunido de nuevo en Consejo, el cacique, los behiques y los ancianos decidieron matar a las siete hermosas mujeres que formaban la corte del cacique, como había aconsejado el Cemí, cuando fueron a ejecutar la sentencia, no tuvieron valor para matar a las siete mujeres y decidieron desterrarlas a un cayo de la bahía de Jagua.
Tomaron pues a las mujeres y se embarcaron en una piragua (bote) a cumplir con su misión, pero en medio del trayecto se dieron cuenta que faltaba AYCAYÍA, la más bella. Pensaron regresar, pero en eso comenzó una tormenta y soplaron vientos tan fuertes que hicieron zozobrar la embarcación, ahogándose todos sus ocupantes con excepción de un behique que pudo llegar a un cayo.
 Las bellas indias náufragas fueron transformadas por el "Dios de la Aguas" en mujeres marinas, conocidas como “Las Mulatas” que alegres y traviesas habitan desde entonces en la bahía de Jagua (actual bahía de Cienfuegos), se dice; y hay pescadores que lo aseguran, que en los días de encrespadas olas aparecen asustando a las débiles embarcaciones que se atreven a surcar las aguas de la bahía.

Leyenda de José Díaz
Según la tradición, el primer europeo que vivió en las costas de Jagua fue José Díaz, tal vez cuando Cristóbal Colón descubrió la isla después de 1492, se narra que cuando Sebastián de Ocampo, hizo el bojeo de Cuba, ya Díaz residía en Tureira, hoy Punta Gorda, en el lugar que actualmente ocupa  el hotel Jagua y que él bautizó con el nombre de "Amparo“.
Era Díaz, un español muy joven cuando arribó a Tureira, ignorándose su  procedencia, se supone fuera náufrago o desertor de alguna expedición. Cuenta la tradición que era un hombre sociable, que mantenía relaciones amistosas con los siboneyes y pronto se unió a la bella india Anagueía con la que tuvo numerosa prole.
Asimiló las costumbres de los siboneyes y éstos aprendieron de él las artes y oficios europeos. Obsesionado Díaz por los recuerdos de los alcázares de Sevilla, Granada, y Segovia quiso construir un edificio que por su tamaño y arquitectura se pareciera a aquellos y no contando con recursos suficientes, pidió a los dioses siboneyes y principalmente a Jagua, lo ayudaran a edificar el alcázar soñado.
Y por arte de magia surgió un bello edificio similar a los alcázares añorados. Creyendo Anagueía que era obra del espíritu del mal, de  MABUYA, invocó el auxilio de Huión, logrando que el castillo fuera destruido y quedando solamente los cimientos.

Leyenda El Caletón de Don Bruno
Una mañana de tormenta llegó a la bahía de Jagua una misteriosa galera procedente de un país desconocido, que ancló en el “Caletón de don Bruno”.
Todas las tardes al morir el sol veíase encima de los farallones que circundan el Caletón una figura alta de mujer, vestida de blanco, de elegante andar con paso reposado acompañada por tres ataviadas damas.
Transcurrieron unas semanas y una noche estrellada de hermosa luna, un grito estridente y fuerte, un alarido humano de angustia y dolor, rompió el silencio de la noche y llenó de pánico a los habitantes del lugar.
Al amanecer pequeños grupos de pobladores caminaban por la playa comentando el suceso que de lo alto del Caletón había partido. No volvió a verse la blanca figura por la alta línea de las elevaciones.
Dos días después enfiló el barco por el canal hacia mar a fuera sin que nunca nadie viera o hiciera contacto con sus tripulantes, llevando consigo el misterio de su estancia en esta bahía y una leyenda de tragedia.

Leyenda  El Combate de las Piraguas
Entre los siboneyes de Jagua se destacaba ORNOYA, un bravo y fornido guerrero, que más de una vez se había medido con peligrosos adversarios derrotándolos.
Ornoya era el orgullo y la seguridad para los moradores de Jagua. Un día el viejo cacique Ornocoy, que reinaba en una de las islas Lucayas, codicioso de las riquezas y de las mujeres de Jagua, se presentó en la bahía acompañado por más de doscientos guerreros a bordo de varias decenas de piraguas (canoas indias) armados de flechas y macanas.
Apercibidos del peligro los habitantes de Jagua mandaron al monte (bosque) a las mujeres, a los niños y a los ancianos en busca de refugio y salieron en sus piraguas al encuentro de los lucayos. Al frente de los jagüenses en la primera piragua iba Ornoya blandiendo su macana con gesto desafiante. La lucha fue encarnizada, flechas, lanzas y macanas salieron a relucir.
De ambos bandos caían los hombres atravesados por las flechas, traspasados por las lanzas o con el cráneo destrozado por las macanas. Ornocoy, el jefe lucayo, usó toda su destreza de viejo guerrero para derrotar a los de Jagua que, guiados por Ornoya, peleaban por su tierra patria, en un golpe de audacia Ornoya se acercó a la piragua donde se encontraba Ornocoy y de un ágil salto se abalanzó sobre el cacique destrozándole la cabeza con su macana.
Aterrorizados los lucayos por la muerte de su jefe, trataron de huir en las piraguas, pero fueron hechos prisioneros, entre ellos seis caciques. En la playa los habitantes de Jagua, alborozados y dando vivas recibían como héroe a Ornosa y a los hombres que habían triunfado en la batalla de las piraguas, posteriormente se celebró la ceremonia de enterramiento de los héroes caídos en combate según  la costumbre, o sea, en  posición fetal, y para que las almas de los caídos en combate descansaran de día en espera de que Huión, el sol entrara en su cueva (1) y aprovechando las protectoras sombras de la noche salieran a pasear y hacer fiesta bailando sus areitos al son de la música y a la luz de Maroya, la luna, saboreando dulces frutas y visitaran a sus prójimos en sus hamacas para gozar del no menos dulce deleite del amor sensual se le realizó a los Cemíes (ídolos) el ritual de la cohoba (2).

(1)    Los indios creían que la noche se sucedía cuando Huión, el Dios Sol entraba en su cueva.
(2)    Hierba alucinógena parecida a la Marihuana. Con ella, los indios fabricaban una especie de cigarro, el que ponía en una pipa en forma de “Y” y la  fumaban inhalándola por la nariz.

Leyenda El Japonés y Pasacaballo
Corría el siglo XIX cuando un marino japonés tocó puerto en la ciudad Cienfuegos y al pasar en la goleta por el poblado Castillo de Jagua, le agradó tanto, que se quedó para  siempre en la Perla del Sur.
Trabajó en las duras faenas del Muelle Real y allí gustaba de hacer apuestas para demostrar quién podía estar más tiempo bajo el agua o  llegar hasta el máximo de profundidad, una vez, en Pasacaballos, en esta orilla que da hacia el Castillo de Jagua, probó suerte a buscar una moneda de oro que  había caído al mar, con rapidez, se hundió en el mar en busca de la moneda, pasaron largos minutos y los presentes empezaron a inquietarse.
Repentinamente vieron al japonés que llegaba a la superficie y tras respirarprofundamente, gritó: ¡CABALLO! ¡CABALLO! ¡GRANDE!
Se recuperó, pero sin quitar la vista del mar balbuceaba que allí debajo había un caballo enorme. El japonés enloqueció y vivió como mendigo pero nunca más se separó de las orillas de la boca de la bahía en Pasacaballos.
En ocasiones el japonés señalaba el mar y muchas personas llegaron a escuchar los cascos de caballos que, allá, en la profundidad, cabalgaban a gran velocidad. Aun hay quienes aseguran que horas antes del azote de un huracán, se escuchan los cascos de caballos salidos de las profundidades que vienen a avisar a los vecinos de la región del peligro que se avecina.

Leyenda La Bruja de las Calabazas
En época de la fundación, a la Ensenada de las Calabazas vino a vivir una anciana, de alta estatura que caminaba encorvada apoyada en una caña, tenía los ojos negros y pequeños, la boca sin dientes y una larga cabellera, la que dijo llamarse Belén, siendo conocida por “Señá” o “Ñá Belén” y también por la “Vieja de las Calabazas”, intrigó a los habitantes de Fernandina de Jagua, asegurando algunos que se trataba de una infeliz mujer que había venido desde el poblado Yaguaramas cabalgando sobre un buey, pero la mayoría aseguraba que era una bruja que, procedente de Islas Canarias, había llegado a la población montada en una escoba.
“Ñá” Belén ejerció los oficios de lavandera y curandera, llegando a tener tanta fama por sus aciertos en curar enfermedades, que fue la más grande competidora de los primeros médicos, don Domingo Monjenié de Norié, don José Valladares y del boticario don Félix Lanier, pero en cierta ocasión en que se desató una epidemia “Ñá Belén” fue acusada de provocarla, asegurando los vecinos que envenenaba con sus brebajes a quienes iban a ella en busca de salud y que enfermaba a los niños, por tal motivo un buen día sin que nadie supiera el rumbo tomado por ella o su paradero, desapareció en la noche, sin que nadie la viera, asegurando algunos que en cierta ocasión en que se remontaba en el espacio, cabalgando en su mugrienta escoba, sosteniendo un paraguas y rodeada de lechuzas y murciélagos, estalló en el aire, aunque hay quien afirme, que varios vecinos, asustados por la influencia maligna de la bruja, acudieron una noche a su bohío (choza de madera y techo de hojas de palma) dándole muerte y enterrándola allí mismo.

Leyenda de La Tatagua
Cuentan que en los tiempos remotos, en Jagua (actual provincia Cienfuegos), antes que llegaran los colonizadores españoles, había una india muy bonita llamada Aipiri. Esta joven era muy dada a las fiestas y a las diversiones donde podía deleitar a todos con su melodiosa voz y con sus bailes.
Un día, Aipiri se casó, y de esa unión nacieron seis hijos, pero a pesar que los años habían pasado, ella no lograba adaptarse a la vida de familia, y echaba de menos las fiestas.
Pero un día, mientras su marido trabajaba en el campo, ella se fue a una fiesta dejando solos a sus hijos en la casa, y día a día ella se ausentaba más y más. Sus hijos, al no tener comida, porque su madre no se ocupaba de ellos,
comenzaron a llorar con un fuerte guao guao guao.
Mabuya, el dios del mal, los escuchó, y cansado de sus gritos los transformó en unos árboles que hoy día conocemos con el nombre de "Guao", este árbol es tan venenoso que solo su sombra es capaz de causar las más graves intoxicaciones.
Cuando Aipiri regreso a su casa, encontró seis árboles en lugar de sus hijos, y antes que pudiera recuperarse de su sorpresa, ella fue transformada en una "TATAGUA", que es la mariposa nocturna que en la actualidad la conocemos como la mariposa bruja.
Se dice que esta mariposa entra en las noches a las casas para recordarle a las madres que jamás deben abandonar a sus hijos.

Leyenda de La Venus Negra
Una de las leyendas más antiguas de Fernandina de Jagua (hoy Cienfuegos) es la de la Venus Negra, pues se encuentra asociada al mismo acto fundacional de la villa.
Cayo Loco, que en la época llamaban Cayo Güije fue uno de los primeros puntos que exploraron los colonos en la amplia bahía cienfueguera. Al llegar a este sitio, que ya había sido habitado por los aborígenes cubanos – pero que en el momento de la fundación de Fernandina de Jagua se juzgaba desierto – se sorprendieron al ver la portentosa presencia de una bella mujer negra, en su más deslumbrante juventud y completamente desnuda.
Esta Venus Negra, como la bautizaron de inmediato quienes la hallaron, adornaba su cuerpo con collares y pulseras entretejidos con bejucos, semillas y caracoles. Por toda compañía tenía la mujer a una paloma y una garza amaestradas que la segían a todas partes e incluso comían de su boca. En cuanto vio a los colonos la hermosa joven huyó, pero estos lograron darle alcance.
Aunque intentaron comunicarse con ella todo fue en vano. Al principio creyeron que se negaba a hablar, luego que no sabía y, finalmente, se convencieron de que era muda.
Uno de los hombres que la descubrieron se la llevó a su casa y le dio ropas que a duras penas logró que vistiera. Pensó que, tal vez, en agradecimiento la joven le trabajaría en la cada, pero la Venus Negra no sólo no lo hizo, sino que se echó en un rincón del que no se movía y permaneció días sin probar bocado. Cuando comprendieron que de seguir así moriría los vecinos de Fernandina de Jagua decidieron dejar que se marchara.
Pasaron décadas, y en 1876 apareció en la casa del señor Pedro Modesto una señora negra ya anciana, cuya cabellera blanca parecía una enorme mota de algodón. Iba totalmente desnuda y como única prenda llevaba un collar de cuentas azules y rojas.
Le sirvieron abundante comida y le ofrecieron ropa limpia que rehusó vestir. Con esfuerzo lograron cubrirla un poco y le dejaron pasar la noche en el lugar.
A la mañana siguiente encontraron los vestidos regados por el suelo; la anciana había desparecido.
Aquella era la Venus Negra, ya despojada de la juvenil belleza que maravilló a sus primeros captores. Nunca más volvería a aparecer.

Leyenda El Cristo de la Vereda
No fue muy dado el gobierno colonial a la construcción de caminos y carreteras, con grave quebranto del país, que no podía aprovechar sus riquezas y recursos naturales, con notoria incomodidad de sus pobladores, que para ir de un lugar a otro de la Isla tenían que hacer penosas marchas, no exentas de peligros.
Esos inconvenientes, no impidieron que la vecina Trinidad, - cuya fundación ordenó en 1514 D. Diego Velásquez de Cuellar, el Conquistador de Cuba, precisamente mientras visitaba el puerto de Jagua- lograra prosperar gracias a su situación marítima, a la laboriosidad y espíritu emprendedor de sus habitantes y a los beneficios que reportaba del contrabando en una época de rigurosas prohibiciones comerciales. Por inverso motivo acrecentóse su prosperidad al declararse libre el tráfico comercial y al fomentarse en jurisdicción cafetales e ingenios.
En la época a que se refiere la leyenda del Cristo de la Vereda, -Trinidad conservaba su antiguo esplendor y riqueza, que la habían hecho famosa en Cuba y fuera de ella. Todavía no existía el ferrocarril a La Habana y la navegación por mar hasta Batabanó era difícil, tardía, e insegura, por cuyo motivo los trinitarios para trasladarse a la Capital tenían que hacerlo por el antiguo camino de Trinidad a La Habana, pasando cerca del Castillo de Jagua, la Milpa, Pasa Caballos y Las Auras. Éste último lugar fue el que habitaron, allá por el año de 1511, los virtuosos protectores de los siboneyes Bartolomé de las Casas y Pedro de la Rentería, que tanto hicieron a favor de los indios.
Cierto día sorprendió a unos pasajeros, la misteriosa aparición de un Cristo de tamaño natural, que pendía de gruesa y tosca cruz formada con el tronco de un almácigo. Despertóse la curiosidad, y ya no fueron solo los caminantes obligados a pasar por allí los que se detenían admirados y contritos, sino curiosos venidos de lejanos lugares que se habían enterado de la divina aparición. No tardaron en atribuirle acciones milagrosas, que los hechos parecían confirmar.
El bondadoso Cristo dispensaba su protección a los caminantes y restituía la salud a los enfermos. Por si esto no fuera bastante, se decía que socorría, con largueza, a los pobres que humildemente se acercaban a él y postrados a sus pies le pedían alivio para sus males, restitución de su salud y remedio a sus escaseces y penurias.
La fama milagrosa del Cristo de la Vereda se extendió rápidamente por todo el territorio de Jagua, pasó la Sierra, invadió el Valle del Táyaba y el territorio que después se llamó de Las Villas, y afluyeron al venerable lugar gentes de todas clases y condiciones, en busca unos de salud, en demanda otros de dineros y solicitando algunos las dos cosas.
Desgraciadamente, no todo es ventura ni hay dicha completa en este mundo. No es, pues, de extrañar que a todo bien acompañe un mal, y que en cumplimiento a esa ley, junto la aparición del milagroso Cristo de la Vereda, dispensador de bienes, hicieran sentir también su presencia otros misteriosos personajes, nada santos por cierto, que se dedicaban a la muy humana tarea de desvalijar al prójimo y apoderarse de cuanto llevaba.
Mientras el milagroso Cristo, solícito y bondadoso, curaba al enfermo por medio de la cristalina agua que al pie de la cruz brotaba y pródigamente socorría al menesteroso depositando sigilosamente en las alforjas o en las cañoneras de su montura algunas monedas, los otros personajes, ocultos en la manigua o en las escabrosidades del monte, esperaban el paso del confiado caminante para despojarlo de su bolsa y de cuantas prendas de algún valor llevaba.

Leyenda La India Maldita
Había una hermosa india llamada Iasiga. Legítima esposa de un laborioso Siboney conocido por Maitio. Vivían los dos en santa paz y buena armonía, muy de tarde en tarde alteradas por ligeras nubes que empañaban el cielo de la felicidad doméstica. Mientras él se ausentaba para dedicarse a la caza y a la pesca, ella preparaba la comida, cuidaba la siembra, tejía redes y jabas, cumplía todas las obligaciones de una mujer hacendosa. Iasiga era de temperamento ardiente y apasionado.
Amaba a su marido, pero no tanto que solo tuviera ojos para él. Y tanto era así, que la primera vez que vio Gaguiano, un apuesto siboney amigo de catar la fruta del cercado ajeno, sintió por él pasión tan abrasadora, que olvidando al confiado Maitio, se entregó sin resistencia, gustando sin tasa los placeres del amor vedado.
Muchas tardes al regresar Maitio, notaba la ausencia de su esposa, quien al volver se disculpaba diciendo que había ido a ofrendar al fruto del bagá a sus familiares muertos, cuando lo cierto era que volvía de sus ilícitas correrías. Todo tiene un fin en el mundo, y lo tuvo la confianza de Maitio.
Camino a su bohío al atardecer de cierto día, sospecha cruel mordió su alma candorosa. Al llegar al desierto hogar, no se limitó a esperar paciente. Preguntó por Iasiga a los vecinos, que le informaron haberla visto pasar con una batea de bagá, seguro indicio de que iría a visitar a los muertos. No se tranquilizó Maitio. Fue a la cercana orilla y embarcó en su piragua, dirigiéndose al caney.
Desde lejos divisó, en la playa, una pareja en eterno coloquio. El corazón le dio vuelco. Temía que la sospecha se convirtiera en cruel realidad. Bogó con redoblado esfuerzo y al fin logró desembarcar sin ser visto. Avanzó con cautela y de improviso se presentó a los desprevenidos y confiados amantes, que no eran otros que Iasiga y Gaguiano. Huyó el amante, cobarde, y del pecho de ella se escapó un grito de angustia.
Maitio contraído el rostro por el dolor, se acercó y le dijo con ronca voz:
- Mil veces maldita seas mujer perjura. Que Mabuya castigue tu infidelidad, condenándote a vagar eternamente por costas, sin esperanza de descansar ni de inspirar compasión.
Al instante fue trasformada la infiel Iasiga en monstruo marino, que se aparece de tarde en tarde, muda, triste y suplicante, a los pescadores solitarios, que en sus botes, piraguas o cachuchas, libran en el mar la subsistencia. Así por lo menos lo asegura la leyenda. No falta en la actualidad quien crea que realmente existe el origen de la tradición y suponen unos que sea el manatí que viene la aguas del Jucaral, o alguna enorme tortuga o carey que penetra en la bahía de Jagua.

Leyenda de Ornoya
OrJagua se dispone a honrar a su héroe, el vencedor del fiero y temible cacique de Lucayas, Ornocoy. El nombre de Ornoya está en todos los labios: lo pronuncian los ancianos con orgullo, los jóvenes guerreros con admiración, los niños con alegría, con agradecimiento las madres y con amor las doncellas. El anciano cacique siboney quiere premiar como se merece al intrépido caudillo.
En el extenso batey, rodeado de frondosas ceibas, esbeltas palmas y cimbreantes cañas-bravas, bullía la gente en espera de la gran ceremonia con que se iba a honrar al héroe. El Cansí, o mansión del cacique, situado frente al batey, estaba adornado con mantas de algodón de múltiples colores, formando a un lado amplio dosel, bajo el que se hallaba, sentado en un dujo labrado, el cacique siboney, rodeado del behique principal, los ancianos más notables y otros miembros de su corte.
Sonaron a distancia los cobos y oyéronse voces lejanas entonando himnos guerreros. La muchedumbre se replegó dejando libre parte del batey, apareciendo a poco en su extremo cuatro indios jóvenes que soplaban de vez en cuando en los roncos y estruendosos caracoles.
Seguían los guerreros, y venía Ornoya con su más brillante plumaje y cubriéndole la espalda rico manto salpicado de finas conchas, en el cuello un collar de gruesas y nacaradas cuentas y con ajorca de oro en las muñecas. Tras él, caminan abatidos, las manos atadas a la espalda, bajos los ojos, hosca la mirada, los seis caciques vencidos, de los que hacen escarnio y mofa los espectadores. Cierra la marcha numeroso grupo de guerreros siboneyes, que van entonando canciones de guerra y armados unos de lanzas, otros de macanas y todos con el carcaj lleno de flechas y el gran arco pendiente de la cintura.
Al paso de Ornoya, le saludan con vítores y arrojan a sus pies hojas y flores. Las madres levantan a sus hijos para que vean mejor al héroe y las doncellas le sonríen mimosas y admiradas. Al llegar frente al cacique, intenta Ornoya prosternarse, pero impídelo aquel y le habla así:
- El hijo de Huoion no debe arrodillarse ante ningún mortal. Tu padre te envió para que salvaras a los moradores de Jagua de las invasiones y saqueos de los fieros lucayos. Tú cumpliste como bueno. Llevaste tus hermanos a la victoria y venciste en noble lid al osado y temido cacique Orconoy que ya no llevará el terror y la desesperación a nuestros lares. El pueblo de Jagua te saluda y te honra por su salvador, y tus proezas trasmitidas de generación en generación, perpetuadas por la leyenda, llegarán a las edades por venir, quedando tu nombre inmortalizado en la tierra, para ejemplo de los que defienden la seguridad del hogar y la libertad e independencia de la patria.
Dicho esto, se quitó el collar y se lo puso a Ornoya, a la vez que le hacía el regalo de su maciza macana. Sentóse el joven guerrero al lado del anciano cacique, y dieron principio los populares festejos. Comenzó un juego de batos, dirigido por el tequina o jefe. Los dos bandos, compuesto uno de muchachos y otro de doncellas, alineáronse frente a frente, y a una señal del tequina la pelota fue lanzada al aire, siendo devuelta de grupo a grupo, cuidando los jugadores de cogerla en el aire, antes o después de rebotar en el suelo. El bando que no lograba devolverla, perdía un tanto. Siguiéronse los bailes y los cantos, acompañados de atabales, construidos de madera hueca, de pitos hechos de bejucos y de guamos, o caracoles grandes a los que se hacía un agujero.
El samba, director del canto, entonaba la primera estrofa de un romance, de música cadenciosa y monótona, que luego repetía el coro. Primero danzaron las doncellas, que desplegaron todas sus gracias y seducciones en honor de Ornoya, luego los hombres y, por último, unas y otros a la vez.
El postrer acto de la fiesta, consistió en simulacros guerreros. Aparecieron los dos bandos, cada uno con su jefe, colocáronse frente a frente y a una señal del cacique, simularon acometerse con sus lanzas y macanas, moviéndose con rápidas evoluciones para dar y para evitar el golpe de las armas.
Despedía el sol sus últimos rayos desde la vecina sierra, cuando terminaron los populares festejos, y como postrer honor al invencible guerrero, todo el pueblo de Jagua, reunido en el amplio batey, gritó clamoroso por largo rato: ¡Ornoya! ¡Ornoya! ¡Ornoya!... Y el eco repetía la voz como si quisiera eternizar el nombre glorioso, para que de él supieran otras épocas y otras razas.

Leyenda de Pamua


 -Eres tan llorón como Pamua.
- Si, es una niña preciosa, pero hija es la tan criatura, mas llorona que Pamua.
- Es un pechicato y un pedigüeño como Pamua.
- No me importunes, eres tan majadero como Pamua.
- Ten cuidado con Juan, es mas soplón que Pamua.
Y siempre Pamua … ¿Quién seria el personaje con tanta frecuencia nombrado, y que por lo mi oído había batido el record de las lagrimas, pedidos y majadería, y que además adolecía del grave defecto de ser delatador?
Para conocer su historia busqué su nombre en diccionarios biográficos. Nada encontré. Hice iguales investigaciones en enciclopedias y obtuve idéntico resultado. Cuando ya me disponía a preguntar a nuestra Academia de la Historia, me entere por un anciano y antiguo amigo de la casa, que Pamua había sido un tipo popular local, de los primeros tiempos de la colonia. Nada más pude obtener.
Dedíqueme entonces a inquirir de unos y otros noticias de tan asendereado personaje y tomado datos de aquí y de ala he logrado saber algo de su carácter y costumbres. No me propongo escribir su biografía, pues no merecería el nombre de tal narración de los hechos de u hombre del cual se ignora quiénes fueron y como se nombraban sus progenitores, su verdadero y legitimo nombre, el lugar de su nacimiento, permaneciendo aún envuelto en el misterio el pueblo, villa o ciudad donde reposan los restos mortales del célebre personaje.
Pamua, corrupción o mala traducción de la frase francesa pour-moi, para mi, dio nombre al individuo conocido también como el apodo de Lagrimita. Nadie sabe a ciencia cierta la fecha en que Pamua llego a Fernandina de Jagua. Unos aseguran que fue compañero de viaje de Don Luis y de los primeros colonos procedentes de Burdeos. Otros, que llego algún tiempo después, en la expedición que algún tiempo después, en la expedición de Nueva Orleáns arribo el año 21. Y no faltan quienes aseveren que vino en una goleta de Santiago de Cuba, y no pocos, que procedía de Santa Clara.
Pero si dudosas son las noticias de cuándo y cómo vino a Fernandina de Jagua, no lo son menos las del lugar de nacimiento, y , en lo único que están todos contentos es que no nació bajo el cielo de Cuba.
Era Pamua hombre de elevada talla, delgado, recio, casi atleta, un jayán que había pasado ya la media rueda; de pequeña cabeza huesuda, ojos verdosos y cloróticos, nariz achatada, boca grande, dos caninos en la mandíbula superior y cuatro incisivos largos y amarillentos formaban toda su dentadura; ralo, largo y canoso el bigote; en la barbilla cuatro o seis ásperas, rígidas y albas cerdas, pelo corto y entrecano formaban su cabellera.
Su traje era casi siempre un viejo y raído casacón militar demasiado ajustado al cuerpo, corto de mangas, que indicaba que el difunto había sido menor, conservaba algún que otro botón dorado, completaban su vestimenta un sombrero de de filtreo, pantalones de lanilla de corte también militar. Calzado solo usaba el que Juan ripio le diera al nacer aumentando de tamaño por el uso.
Tipo popular, ridículo y temido a la vez por que según las malas y buenas lenguas era piquito de oro que cantaba diariamente en los oídos del Fundador todo cuanto pasaba en la Fernandina de Jagua. Tenia la difícil habilidad de derramar lagrimas a voluntad que utilizaba con gran provecho en su favor, y que hubieran envidiado las antiguas plañideras y lloronas.
Por todo y por nada su desmesurada boca daba paso a quejidos lastimeros y de sus ojos manaban arroyos de lágrimas, despertando con estos recursos los sentimientos caritativos o el temor de los colonos, sacando siempre lasca o astilla y consiguiendo lo que pedía. Con esto y con lo de Don Luis le socorría conseguía ir tirando y hasta llego a creerse que logro reunir unos cientos de reales sevillanos. Su andar cauteloso de felino, su mirada recelosa completaban su físico de intrigante y denunciador.
Servia a Don Luis, y este tenía en él fuente abundosa la información policíaca hasta que un día quiso por su mala suerte meter en enredos a cierto francés, sastre de profesión, encargado de conservar el orden en la colonia y uno de los valerosos defensores en la batalla de los yuquinos. Celoso del buen nombre de su taller, lo era mucho más de su honra, a tal punto, que según habladurías de las gentes de aquel tiempo veía visiones, cosa hasta cierto punto justificada.
Tenía, según cuentan, el sastre por compañera una francesita…..la mujer más hermosa que ojos cienfuegueros vieran, alta, airosa, de elegante vestir, de ondulante y dorada cabellera, ojos de puro azul de cielo, labios de coral que guardaban cautivas, hermosas perlas, cuello de anabe, brazos de diosa, manos de sílfide, senos…. No prosigo por no caer en la exageración de los que me la describieron. Solo añadiré que para colmo de perfecciones, tenia la tal madama voz tan dulce y bien timbrada, que ya la quisieran los ruiseñores para cantar sus amorosas endechas.
Era tal prodigio de encantos y belleza en cuanto a gracia y simpatía digna de ser trigueña y cienfueguera. Como la francesita se daba cuenta cabal de su valer le gustaba ser admirada, se pasaba gran parte del día en la ventana y en ella recibía los saludos, frases de halagos y visitas y entre estas las de Pamua o Lagrimita con sus eternos pedidos de Pamua.
Era este como ya se ha dicho, confidente, protegido y correveidile del Fundador, que aunque Gobernador, cristiano y Gran Señor tenia fama de haber sido en sus mocedades amigo de rondar rejas y ventanas y de casar en soto ajeno. Con tal tesoro por mujer, con las visitas de Pomua y la fama del Fundador en asuntos de faldas, cualquiera, puesto en lugar del sastre hubiera tomado las precauciones. Así lo hizo Monsieur y despidió a cajas destempladas y tambor batiente, amonestando amorosamente a su Madama; pero ni el uno ni la otra se enmendaron ni aun se dieron por aludidos.
El francés entonces cambio la táctica y con halagos consiguió atraerse a Pamua, si es que era necesario halagarlo para tenerle siempre como mosca importuna. El majadero visitante obtenía del sastre hoy una hebilla, mañana un botón, así sucesivamente hasta que le pidió una casaca. Este se la ofreció muy cumplida y simulo tomarle medidas prometiéndole que el domingo a mas tardar y antes de misa se la probaría.
Llegado el domingo y al pasar los feligreses por frente a la puerta del sastre, que dicho sea de paso ostentaba en la puerta una gran muestra que decía: “Sastre francés de S. M el Rey y el Emperador”, notaron que la tienda permanecía cerrada y que en su interior se oían súplicas, sollozos y ayes lastimeros, y por ellos reconocieron que quien suplicaba y que por ellos reconocieron que quien suplicaba y lloraba quejumbrosamente era Pamua.
Todos, el que mas o el que menos pensaba:
- Hoy le toca al sastre sufrir las importunas peticiones de Pamua.
Y algun que otro en voz alta, para que fuera oída, decía:
- No cedas, Maestro, No te ablandes Musiu.
Se supo después que el sastre había medido y probado en el cuerpo de Pamua unos cujes de guayabo cortados en el inmediato sitio de San Alejandro, amenazándole que si volvía a verle por los contornes de su casa, las auras celebrarían suntuoso banquete en las playas de Juan Marsillan. De los escarmentados nacen los avisados y Pamua tomo las de Villego, sin que hasta el presente e hayan tenido noticias de su paradero.
Unos aseguran que Pamua, como alma que se lleva el Diablo, aquella misma tarde del domingo y sin decir adiós a su protector ni despedirse de nadie tomo camino de Trinidad, donde murió; y otros que consiguió camino de Santiago de Cuba, en cuya ciudad termino sus azorosos días en una Casa de Misericordia. Y dicen que dicen que Don Luis de Docluet jamás se consoló de la perdida de su fiel Pamua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario